lunes, 21 de marzo de 2016

Jorge 'Guarayeco' Suárez, un símbolo de la Tahuichi



Jorge Suárez Tarabillo, más conocido como ‘Guarayeco’, forma parte de la historia que la Academia Tahuichi escribió con letras grandes y doradas desde su creación, en mayo de 1978. Por esos años una escuelita de fútbol empezaba a dar sus primeros pasos, y sin que se dieran cuenta estaba metida en la élite mundial del fútbol infanto-juvenil.

El apodo de Guarayeco tiene sus raíces desde mucho antes. Cuenta don Jorge que era íntimo amigo del extinto Rolando Aguilera, autor del sobrenombre que lo marcó para siempre y del que se siente orgulloso. En la Tahuichi andaban buscando un kinesiólogo y quién mejor que él para ocupar el cargo. Confiesa que sus años de experiencia en la Droguería Telchi sirvieron de mucho.

En su época de jugador, mucho antes de que se fundara la Liga, fue arquero de un equipo de barrio llamado Calabera, y después hizo casi toda su carrera en Florida. Estuvo activo de 1944 a 1966. Luego de su retiro siguió ligado al fútbol trabajando como kinesiólogo en Blooming, Oriente Petrolero y Real Santa Cruz.

Da gusto conversar con él porque, a pesar de la edad que tiene (88), no ha perdido la chispa ni la humildad que lo caracterizan. Sigue siendo el mismo Guarayeco de siempre. Habla de sus años en la Tahuichi como si fuera ayer y con una emoción que lo hace volar al pasado para repasar aquellos largos viajes por el mundo junto a una camada de buenos jugadores que después saltaron al fútbol grande, unos con más suerte que otros.

Con orgullo sostiene haber sido parte de la escuela de fútbol más importante a escala mundial en categorías menores, y asegura, sin temor a equivocarse, que no habrán otros más talentosos que Juan Manuel Peña, Marco Antonio Etcheverry, Erwin Sánchez o Jaime Moreno.

Sin menospreciar a nadie, se acuerda también de otros buenos jugadores que lo impresionaron por su talento. Por ejemplo, Ko Ishikawa, Róger Chávez, Óscar Vélez Ocampo, ‘Avión’ Gutiérrez, de los hermanos Delgadillo, Joaquín ‘Minina’ Ardaya y Luis Héctor Cristaldo, entre otros que se le van de la mente.

Por momentos se anima a compartir algunas de sus más selectas anécdotas, pero de pronto un silencio lo invade. Algunos detalles de esas vivencias se han borrado de su memoria y para no contar la historia a medias prefiere guardarse sus recuerdos.

Haciendo un repaso de sus largos viajes y vivencias con la Tahuichi, llegó a la conclusión de que los chicos de esa época eran dañinos y le hacían jocha y media. “Herman Atalá, Ricardo Aguilera, Berthy Vaca, Francisco Takeo, Wilfredo Gonzales y uno que le decían ‘Yolanda’ eran bien fregaos, me hacían cada jocha”, asegura con un aire de nostalgia.

Sus ojos vieron pasar varias camadas y, aunque parezca mentira, con un poco de ayuda se acuerda de casi todos, a algunos por sus nombres y a otros tantos por sus apodos.

En su humilde casita del quinto anillo y avenida Banzer guarda viejos recortes de periódicos, fotografías y algunas medallas, diplomas, distinciones, reconocimientos y condecoraciones que recibió durante sus casi 20 años de trabajo en la Tahuichi.

No se cansa de agradecer a don Roly Aguilera por todo el cariño que le dio y la oportunidad de hacer realidad uno de sus más ansiados sueños. “Un día me llamó tarde en la noche y me dijo que alistara mi maleta. Nos vamos a la Dallas Cup, dijo. Él sabía que mi sueño era conocer Estados Unidos”, manifestó.

Con ese airecito de picarón que tiene, cuenta que para cada viaje tenía que ir preparado. Se aprendía los buenos días, las buenas tardes y buenas noches según el país que tocaba. Dice que hablaba un poco de francés, inglés, alemán, ruso, chino, sueco y japonés. “Para cada viaje tenía que aprenderme algunas palabritas que eran importantes para hacerme entender”, recuerda, mientras una sonrisa dibuja su rostro, con algunas arrugas y canas que delatan el paso del tiempo en él.

A pesar del tiempo, un grupo de extahuichis mantiene una estrecha amistad con él. De vez en cuando coordinan con su esposa para la comida y compartir experiencias pasadas. Le gusta ir al campo en busca de yuca, plátano y guineo para ganarse unos pesos.

Aunque con una disminución de la vista en uno de sus ojos y una operación que le impide caminar como quisiera, vive bien y feliz por todo lo que la Tahuichi le dio


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