Parecía un muy buen augurio porque, como se sabe, este hermoso fenómeno natural aparece justo después de que la tormenta acaba y todo queda en calma y armonía.
El arcoíris fue producto de la ligera llovizna que cayó antes de que se iniciara el partido que transcurrió en un ambiente fresco y de agradable temperatura. La pelota comenzó a rodar; en honor a la verdad, más hacia el arco de Lauro, arquero de Internacional, de Brasil.
La cancha se inclinaba a favor de Wilstermann, lo que se confirmó con la apertura del marcador antes de los cinco minutos.
Era verdad, por lo menos hasta ese momento, que el arcoíris es buen augurio. De pequeños (quién no lo recuerda) nos decían que aquel que llegara donde terminan sus colores encontraría todo el oro del mundo.
Wilstermann buscó y había encontrado el final.
Pero las sombras de la noche comenzaron a ganar el firmamento y, poco a poco, los colores del arcoíris fueron despareciendo: primero el amarillo, luego el azul, el violeta… y el rojo…
El buen augurio desapareció a la par del buen comienzo de Wilstermann. Antes de los 20’, el que ganaba era Internacional por tres a uno. Casi sin esfuerzo, midiendo cada movimiento, los jugadores campeones continentales de 2010 comenzaban a amasar tres puntos. No se notó nunca que les faltara aire por la altura de la Llajta.
Ni falta les hizo reconocer el terreno de juego un día antes para ver si era verde como todos y si tenía las mismas dimensiones que su Beira Rio, en Porto Alegre, Brasil.
En la tribuna comenzó a reinar el silencio, casi tan estridente como el grito de gol de la apertura de Wilstermann.
En la zona sur de preferencia, poco más de 100 “torcedores” hacían escuchar su aliento en portugués. La fiesta había cambiado de bailadores.
La previa pintaba un partido con un equipo “aviador” comprometido por el triunfo y una actitud guerrera, pero sólo unos pocos jugadores expresaron esa intención. El aporte de otros fue escaso, por no decir nulo.
Algunas butacas vacías en preferencia y claros en otras tribunas denunciaban que la recaudación no era tampoco la que esperaban los dirigentes del cuadro “aviador”.
Con tal, que cuando llegó el cuarto gol de Internacional, antes de los 40’ del segundo tiempo, los claros en la grada se hicieron más visibles y largas filas, igual que aquellas cuando se vendieron abonos y entradas, comenzaron a formarse con dirección a las puertas de salida.
Aunque muchos hinchas de Wilstermann salían resignados porque la diferencia entre uno y otro fue grande, les hubiera gustado ver más sudor rojo regando cada centímetro de la cancha.
Lo que había comenzado dos horas antes como una ilusión, tal vez demasiado crecida, acabó en tristeza y resignación, sin matices ni colores. Como el arcoíris, que se fue.
Opinión
Óscar Dorado Vega
Sin paralelo ni punto de comparación
El prometedor arranque de Wilstermann (cuasi gol de Toscanini y acierto de Brown) invitó a pensar que estábamos en puertas de una sorpresa mayúscula, de esas que se dan de tanto en tanto. Sin embargo, ese trecho –lindante con un espejismo– apenas y duró 10 minutos. Lapso suficiente como para que el Inter se repusiera y comenzara a manejar la pelota con criterio.
Esa sola circunstancia –la de prevalecer efectivamente en la mitad del campo– reveló de inmediato los problemas del local, rebasado constantemente en el anticipo, perdidoso en la lucha individual y expuesto a errores consecutivos.
Entonces, a los 25' de la fracción inicial, el marcador ya estaba, como si nada, tres a uno a favor de los brasileños. Lo que se dice, un cotejo liquidado.
El elenco “gaúcho” volcó en el Capriles –como era de presumir– parte de su jerarquía individual y global. Lo consiguió, insisto, a partir del simple pero esencial fundamento de tener el balón, distribuirlo con criterio y a la hora de enfrentar a Mauro Machado (más allá de que el arquero conjuró un par de llegadas muy nítidas) lo suyo contuvo el inconfundible sello de la eficacia.
El campeón tiene muy asimilado el dibujo del 4-2-3-1. El dúo argentino (Bolatti-Guiñazú) se encarga de recuperar delante de la línea de zagueros para que Tinga, Oscar y Zé Roberto generen por cuenta propia o en la asistencia a Leandro Damião, el atacante de punta. Wilstermann, en cambio, derrochó ganas de principio a fin, pero –se sabe– con este expediente no alcanza, más aún si en frente el rival exhibe jerarquía. Dosificada, pero jerarquía al fin.
Fue un encuentro muy desigual. Desequilibrado por donde se lo vea.
Al equipo “rojo” poco puede reprochársele. Reflejó en su rendimiento las limitaciones de su carencia de alta competitividad, entre otros rubros. Una que otra producción personal (García, Abregu, Ojeda, Christian Machado) se encaramó sobre el promedio, pero nada más. Y así el final del camino –la estocada definitiva llevó la firma de Kleber– dejó en claro que la goleada no era más que un fiel sinónimo de la realidad. La respuesta que la lógica (no ajena al fútbol) entregó en una pulseta sin parangón. No hace falta hurgar más para explicarla.
Oscar Dorado Vega es corresponsal en Bolivia de la cadena televisiva internacional Fox Sports.
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